sábado, 19 de mayo de 2012

Línea de tiempo


Foto de Enri Mann

La percepción del tiempo se torna diferente durante las largas esperas. Los minutos se van elongando como un elástico con cada instante, se hacen cada vez más largos, transformando la escala temporal. La lentitud plomiza pesa sobre el ánimo provocando inevitablemente el descenso hasta el nivel de desaliento.  Producto de esta elongación tengo la sensación de que media hora ha sido medio día y después de la primera hora parece que ha transcurrido una semana, a este paso una hora más y seguro que cuando salga de esta cola interminable  a mi cabeza se le añaden algunas canas.
Para pasar el rato la mente se entretiene con meticulosidad forense en pequeños detalles, ya no me quedan letreros por leer, grietas por descubrir en la pared, y los rostros de los que están en la misma situación que yo aquí se van desdibujando hasta convertirse en el inanimado atrezo de un escenario.
Hasta yo misma me he mimetizado, estática en esta esquina de oscura piedra gris. Sumergida en las duras aguas de este océano de pizarra, despliego mi periscopio para dar orientación a mi foco de atención. El cielo del atardecer empieza ya a mostrar sus tonos, me cuesta enormemente valorarlo como se merece,  lo que en otra circunstancia sería calificado como un atardecer bello, de colores realzados con pinceladas de buen humor, en este momento apenas me conmueve, pues solo pienso que  se me ha escapado una tarde en un trámite que en plena era tecnológica es totalmente evitable. Confío en que a partir de ahora los atardeceres no me traigan este mal recuerdo, espero no ser como el prisionero que cuando escucha “alcatráz” no piensa en el ave marina, sino en rejas, altos muros, falta de libertad, limitación…